EN CASA DE ELLA

Con una sonrisa pícara abre la puerta y me guía al interior del edificio. La escalera está oscura y en silencio, ella se mueve con paso inseguro sobre sus altísimos tacones, palpando la pared en busca del interruptor de la luz. Es evidente que lleva más licor en el cuerpo de lo que sería aconsejable, sin duda alguna un elemento que ha jugado a mi favor. En cuanto la vi inclinándose sobre la barra para pedir al barman una ronda de chupitos, hundiendo con descuido su abultado pecho sobre la sucia superficie de
polipropileno, supe que sería una presa fácil.

La luz de la escalera se enciende con un tímido parpadeo. Ella me lanza una rápida mirada, como para comprobar que sigo ahí, y comienza a avanzar hacia las escaleras. Yo la sigo con paso tranquilo, con las manos en los bolsillos, observándola tambalearse de un lado a otro. Su pequeño bolso negro cuelga inseguro de su hombro y tamborilea sobre su cadera ceñida por el vestido ajustado y de falda corta. Espero unos segundos antes de comenzar a subir los escalones para darle ventaja y observar sus largas piernas desde abajo. Una mujer que se viste así y sale a emborracharse y a flirtear con hombres no puede ser una persona decente. Está pidiendo a gritos lo que va a pasarle esta noche.

Por fin se detiene al llegar al tercer y último piso. Se da la vuelta y me espera junto a la puerta, devorándome con la mirada. Yo me acerco y curvo mis labios en esa media sonrisa que las mujeres no pueden resistir. Deslizo mi mano hasta su cintura y me acerco hasta sentir su aliento a alcohol barato.

―¿Ahora es cuando no tenemos que hacer ruido?

Ella niega con la cabeza mientras esboza esa sonrisa traviesa que ha sido su perdición esta noche.

―No ―dice―. Siempre hay alguien follando en este edificio. Hoy me toca a mí.

Perfecto. No tendré que preocuparme de sus gritos, entonces.

A continuación me atrae hacia ella y me besa apasionadamente, abriendo mucho la boca y llenándome de babas, su sucia lengua buscando mis entrañas. Después comienza a hurgar en su bolso en busca de las llaves. Le lleva tres intentos acertar en la cerradura, pero finalmente lo consigue y abre la puerta. Lanzo una última mirada al rellano antes de entrar en la oscuridad de la vivienda: tan sólo hay un piso vecino al otro lado del descansillo, una puerta fría y muda como una tumba.

Dentro la escucho deshacerse de sus zapatos y el bolso. No ha encendido las luces, pero en las tinieblas de la noche puedo ver su silueta gris volviéndose hacia mí, las manos en su espalda buscando la cremallera del vestido, su mirada puesta en mí mientras avanza de espaldas hacia el dormitorio. La sigo hasta la habitación y la encuentro en ropa interior. La escasa luz acentúa las curvas de su cuerpo, la suave promesa de su piel, la forma perfecta de su vientre coronada por unos pechos majestuosos pidiendo a gritos escapar de su prisión de encaje. Es una verdadera lástima que su cabello sea corto, apenas cubriéndole las orejas. Normalmente la hubiese descartado de inmediato sólo por eso, pero en
todo lo demás es perfecta. Una oportunidad que no podía dejar pasar.

Me acerco a ella y con un gesto rápido y violento me voltea y me lanza sobre la cama. Inclinándose sobre mi, rozando mi cara con sus perfumados senos, extiende un brazo para encender una lamparilla de noche. Entonces puede ver el deseo en mi rostro. Un deseo que no es el que ella piensa, pero es deseo al fin y al cabo.

―Espera aquí ―dice―. Vuelvo enseguida.

Muy despacio se gira y se aleja dejándome observar con detenimiento sus posaderas firmes y redondas. Desaparece en dirección al baño, supongo. Mujeres. Siempre tienen que verse en un espejo antes de hacer nada. Me levanto de la cama y observo la habitación mientras la excitación crece dentro de mí. Todo está en perfecto orden, la cama, los cojines, la mesilla con un despertador y un libro ―alguna estúpida novela romántica―. Un perchero con algunas prendas cuidadosamente colgadas, una cómoda con varios objetos decorativos alineados geométricamente. Es admirable una persona tan limpia y organizada, no como las otras. Pienso con adelantada excitación en mis manos rodeando su hermoso cuello, en su cuerpo convulsionándose sobre las sábanas, en esa mirada que mezcla terror, desesperación, furia... vida. Pienso en el cambio que se produce en los ojos cuando esa luz se apaga, una llama que se extingue en lo más profundo de las pupilas. ¿Cuál será mi trofeo esta noche? Me gusta llevarme un mechón largo de pelo, pero ella lo tiene muy corto para eso. ¿Un zapato? Demasiado vulgar. El dormitorio resulta demasiado frío e impersonal. Tiene que tener algo más íntimo, y no hablo de algo tan ordinario como la ropa interior, sucio fetiche de aficionado. Me acerco al armario empotrado mientras vigilo la puerta del dormitorio abierta. Una débil luz se arrastra por el suelo, procedente de la rendija bajo la puerta del baño. Abro el armario con curiosidad y una pequeña bombilla se enciende automáticamente en el interior. Debe tener algo que valga la pena, algo único...

Encuentro algo que no esperaba.

Al otro lado de los vestidos y las blusas veo varias imágenes. Aparto las perchas hacia un lado y observo con detenimiento las fotos polaroid pegadas al fondo del armario. Son hombres, jóvenes y de aspecto corriente, fotografías robadas mientras paseaban por la calle o charlaban en la terraza de una cafetería. Y junto a cada foto hay lo que parece un pedazo de piel seca. Examino el pellejo con un gesto de disgusto, prefiriendo no imaginar de dónde procede. Hay uno junto a cada foto, excepto la última.

La última es una foto mía paseando despreocupado.



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