Cuestión de azar

Hay verdades que duelen. Queremos mirar hacia otro lado pero siguen ahí, como la imagen oscura de un fantasma en una película de terror. Negar estas verdades cumple una función psicológica pero no las hace menos reales. Podemos emborronar su presencia pero no hacerlas desaparecer.

Una de esas verdades es el azar. No me gusta llamarlo suerte porque esta palabra, sin el adjetivo negativo de mala, parece algo positivo y no algo neutral. Si decimos que alguien "tiene suerte", se entiende que es buena suerte, no surge nunca la pregunta "¿pero buena o mala?". Por eso prefiero la palabra azar, que es más neutral, más lejana e impersonal. El azar es algo que no podemos calificar de bueno o malo, es lo que es y la interpretación que hagamos de él ya depende de nuestras circunstancias. Por ejemplo, supongan que se encuentran un billete de cien euros en la calle. ¡Qué (buena) suerte!, ¿no? Pregúntenle a quien lo perdió y probablemente no pensará lo mismo. Pero azar describe la situación perfectamente, sin hacer juicio alguno.

Uno de los clichés más repetidos por las filosofías de autoayuda es aquello de que la suerte hay que buscársela (o peor aún, hay que ganársela). Un completo sinsentido, ya que el azar deja de ser tal desde el momento en que depende de nuestras acciones. Esta idea de la fortuna como recompensa por nuestras acciones es, en mi humilde opinión, una patraña promulgada por aquellos que han gozado de buenas oportunidades, por aquellos que se han encontrado el billete de cien euros. Dirán que es porque decidieron salir a la calle aquel día, o porque escogieron girar en cierta esquina, o porque estaban atentos al suelo. La verdad es que el billete podría haber volado hasta sus manos mientras veían televisión y dirían que fue gracias a ellos porque decidieron dejar la ventana abierta.

Al ser humano le cuesta asumir el concepto del azar, la idea de que el mundo existe o actúa fuera de nuestro control. Encontrarse el billete de nuestro ejemplo puede ser una alegría, pero no aporta demasiada satisfacción si pensamos que ha sido fruto del azar, de algo que escapa a nuestro control. En cambio, si pensamos que hemos determinado de alguna manera que ese billete llegue a nuestras manos, la satisfacción al tenerlo será tanta como si lo hubiésemos ganado con nuestro esfuerzo. De ahí que las personas de éxito nunca digan que han llegado hasta donde están por mero azar, sino por su trabajo, y si alguien les matiza que tuvieron la fortuna de su lado en cierta inversión o al correr determinados riesgos, argumentarán que la suerte hay que buscarla y que ellos han sabido hacerlo, que el mundo no les ha regalado nada. Qué satisfactorio debe ser pensar eso y qué triste sería pensar que el éxito ha sido una simple coincidencia.

Por supuesto que el azar no lo es todo. El azar se presenta a menudo en forma de oportunidades, no de resultados, y depende de nosotros el reconocerlas y aprovecharlas. Estar preparado, desarrollar nuestras habilidades y capacidades, es fundamental para poder aprovechar esas oportunidades, pero cuando se niega el factor del azar también se castiga al que no logra el triunfo, se le hace responsable por no haberse esforzado lo suficiente cuando la verdad es que, simple y llanamente, no tuvo las mismas oportunidades que otros. O podríamos decir que no tuvo la suerte de estar preparado para ellas.

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