Halloween

A finales de este mes de octubre, la noche del 31 para ser más exactos, se celebra la fiesta de Halloween. Como cada año, es de esperar que los colegios lo celebren con fiestas de disfraces para los más pequeños y que, una vez más, algunas voces repitan las consabidas quejas por la importación de esta celebración que consideran ajena y algo propio de "los americanos".

Pues bien, lo primero que he de decir, para romper una lanza en favor de esta festividad, es que no es ninguna "americanada". La voz inglesa Halloween proviene de la contracción de "all hallow's eve", es decir, víspera de Todos los Santos (luego es, en esencia, la misma festividad que se celebra aquí en España y en múltiples países de tradición cristiana el primero de noviembre). Esta fiesta se considera, además, la cristianización de un antiguo festival celta que celebraba el fin de la época de cosecha y el comienzo de la temporada de invierno. Esto, por cierto, es algo común a la mayoría de celebraciones que podemos llamar tradicionales: navidad, Semana Santa, San José... Todas ellas son "apropiaciones" de fiestas paganas que la humanidad llevaba siglos celebrando. En el caso de Halloween, los celtas pensaban que era una noche en la que los espíritus, tanto benignos como malignos, tenían mayor facilidad para traspasar la barrera que separa el mundo de los muertos del de los vivos. En algunas culturas se afianzó más la idea de usar esta oportunidad para honrar y recordar a los antepasados, sentirse más cerca de ellos. En otras, sin embargo, tuvo más arraigo la idea de disfrazarse de monstruos para espantar a los malos espíritus e impedir su incursión en nuestro mundo. Esta costumbre de los disfraces y la de llamar a las puertas para pedir golosinas (o simplemente comida, en un principio), aunque popularizadas por el cine y la televisión norteamericanos, estaban ya presentes en la Irlanda del siglo XVI, por lo que podemos decir que se trata de una tradición europea y no americana.

Personalmente nunca he sido aficionado a los disfraces, pero está claro que éstos tienen un papel importante en la civilización humana. En todas las culturas encontramos festividades alrededor de la idea de disfrazarse y ser otra persona, aunque sea sólo durante unas horas. En las culturas más antiguas las máscaras tienen un gran poder simbólico y no son más que eso, disfraces con los cuales el portador se convierte en otra persona.

En buena parte del mundo la máxima expresión de este tipo de festividades son los carnavales, pero por alguna razón esta es una celebración que no ha arraigado nunca en Petrer o Elda. Por eso celebro que se acoja con entusiasmo esta tradición de celebrar la víspera de Todos los Santos con fiestas de disfraces y decoración siniestra que aleje a los malos espíritus y nos prepare para encarar el invierno de largas noches.

Comentarios