La era de los bulos

Uno de los temas que más ha dado que hablar en estas semanas de confinamiento ha sido el de los bulos o noticias falsas que han circulado por las redes sociales (y por los medios de comunicación profesionales), disfrutando de toda la libertad que a las personas nos falta para salir y relacionarnos. Es un tema que algunos han querido simplificar en exceso y reducirlo al absurdo para justificar medidas de control y censura que serían no sólo contrarias a nuestra constitución, sino peligrosas para la sociedad.

Una forma habitual de simplificar este tema es diferenciar entre opiniones e información. Esto era muy sencillo hace veinte o treinta años. Opinión era lo que te decía un amigo o escuchabas en el bar, o en el trabajo durante la pausa del almuerzo. Información era lo que aparecía en los periódicos y en las noticias de televisión. Pero hoy en día la frontera se ha vuelto tan borrosa que apenas puede distinguirse. Las redes sociales son un mismo medio de difusión para opiniones privadas y noticias “serias” (entrecomillo porque no todas las noticias publicadas por medios oficiales son realmente serias), y en ocasiones las primeras incluso logran tener mayor alcance. Twitter (por generalizar) ha acabado con la diferencia entre comentario particular y noticia publicada; ambos comparten el mismo formato digital. A esto hay que sumar que los periodistas, que también son humanos, tienen sus propias redes sociales y difunden mensajes que ya no sabemos si son opinión personal o noticia contrastada. Y otra más: los medios de comunicación pueden hacerse eco de los rumores que circulan por las redes y, sin desmentir ni confirmar, otorgarles un cierto estatus de noticia seria al publicar que tal o cual historia es trending topic.

En estas semanas se ha estado hablando de algo que en otras circunstancias nos parecería aberrante: la posibilidad de limitar o controlar la información con el objetivo de poner freno a las noticias falsas. En algún lapsus linguae incluso se ha admitido que para evitar que se hable mal de la gestión del gobierno. Es algo que, de un modo limitado, ya está pasando, pues existen agencias de noticias que tienen la potestad de decidir qué aparecerá como cierto y qué aparecerá como falso en determinadas redes sociales. Esto podría funcionar si dichas agencias estuviesen controladas por inteligencias artificiales completamente imparciales, pero no es así; están dirigidas por personas que también tienen su propia opinión y que se ven con la capacidad de censurar aquello que no confirma sus ideales o que les resulta incómodo.

A esto hay que sumar que cualquier intento de control de la información es sumamente peligroso por una razón: nadie dice la verdad. Los bulos y las noticias falsas vienen tanto de grupos o individuos contrarios al gobierno como del propio gobierno. Así pues, crear mecanismos legales de control de la información sería como legitimizar las mentiras del bando que ostente el poder.

No me gusta caer en simplificaciones y soluciones rápidas, pero yo creo que es más sencillo y eficaz no poner freno a la información y atacar a los bulos con datos fiables, con opiniones razonadas y con argumentos sólidos. El sentido común y el raciocinio son herramientas mucho mejores que la censura y el control. En una palabra, para acabar con los bulos basta con pensar.


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