El dilema de la desigualdad

Uno de los temas que más se ha repetido en tertulias y debates políticos o económicos de los últimos años es el de la desigualdad. La desigualdad económica, se entiende, pues en otros campos como igualdad jurídica y de derechos estamos casi, casi salvados. La desigualdad económica de ingresos (y, por extensión, la desigualdad social) es la medida de la diferencia entre los que más ganan y los que menos, y suele esgrimirse como argumento para presentar un problema, como síntoma de una enfermedad que requiere tratamiento. Cabe preguntarse, sin embargo, si es realmente así.

El método más popular para medir la desigualdad dentro de un determinado grupo (por ejemplo, los ciudadanos de un país) es el llamado coeficiente de Gini, que mide la desigualdad entre quien tiene los mayores ingresos y quien tiene los menores ingresos. Este coeficiente se mide entre 0 (igualdad absoluta, todos los individuos tienen los mismos ingresos) y 1 (desigualdad absoluta, un individuo tiene todos los ingresos y los demás ninguno). En España el coeficiente de Gini era de 0,341 para 2017, y en toda la Unión Europea de 0,304. Para poner estas cifras en contexto les diré que el país mejor situado en este índice era (en 2017) Eslovaquia, con 0,232. El peor coeficiente es más difícil de determinar, ya que no siempre hay datos fiables de los países más pobres, pero suele destacar Sudáfrica, con un coeficiente de 0,63.

Con estas cifras podemos observar dos cosas; primero, que nuestro país no está muy a la zaga de la media europea, y segundo que el valor más bajo, la menor desigualdad en ingresos, no corresponde precisamente a Alemania, Francia, ni a ninguno de los admirados países nórdicos. Si nos atenemos a medir la riqueza de un país según su PIB (producto interior bruto, del que se deriva la renta per cápita), Eslovaquia ocupaba el puesto 64 en el ránking mundial de 2017, muy por debajo de otros países europeos (el nuestro estaba en el puesto 14) e incluso muy por detrás de Sudáfrica (que triplicaba en riqueza a Eslovaquia aunque estuviera mucho peor en cuanto a igualdad de ingresos).

Y es que el tema de la desigualdad esconde una verdad amarga: que sólo es posible que no haya desigualdad siendo todos igual de pobres. Porque la naturaleza no es igualitaria y a muchas personas puede gustarles un chalet en la sierra, pero en la sierra sólo hay espacio para unos pocos chalets, de manera que no todos pueden tener lo mismo, a menos que ninguno lo tenga (disculpen la simpleza del ejemplo, pero creo que ilustra la cuestión con sencillez). La igualdad absoluta (en términos de ingresos, rentas o patrimonios, repito que no estoy hablando aquí de derechos ni oportunidades) no es precisamente algo positivo a lo que aspirar, es más bien una de esas utopías ficticias en las que se ha conseguido la paz a cambio de sacrificar la libertad y la independencia humanas. Sin un mínimo de desigualdad no seríamos individuos, sino máquinas. La igualdad absoluta no es más que la entropía contra la que la vida en este planeta lleva millones de años luchando.

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