Tribalismo

El diccionario de la RAE define el término tribalismo como la «organización social basada en la tribu», y también como nombre despectivo: «Tendencia a sentirse muy ligado al grupo de gente al que se pertenece, y a ignorar al resto de la sociedad».

Más allá de estas definiciones, el tribalismo es un concepto de la antropología que hace referencia al fenómeno cultural por el cual los individuos crean grupos sociales con los que identificarse. Conviene tener siempre en cuenta que el ser humano es un animal social que ha evolucionado a lo largo de miles de años, y que durante la mayor parte de ese tiempo estuvo en desventaja para con su entorno. Los primeros seres humanos no eran especialmente fuertes ni resistentes para sobrevivir a una naturaleza despiadada; sus principales armas eran el ingenio y la organización. De ahí que el formar grupos sociales esté tan imbuido en nuestro cerebro.

Pero el tribalismo es algo más que la organización social en grupos afines. Incluye también la oposición a otros grupos que se consideran contrarios o enemigos. Un grupo tribal se define tanto por sus factores identitarios —lo que asemeja a los individuos entre ellos— como por sus factores diferenciales —lo que los diferencia como grupo de otros grupos—. Se desarrollan así una serie de rasgos y señas de identidad que permiten a los individuos no sólo reconocerse entre sus semejantes, sino también excluirse de sus contrarios. Un ejemplo de rasgos identitarios serían los colores de una bandera, mientras que un ejemplo de factores diferenciales lo podemos encontrar en los seyes o rulos que los judíos ortodoxos dejan crecer en las patillas, y que provienen de un deseo de diferenciarse frente otras tribus que se afeitaban esta parte del pelo.

El tribalismo puede darse a diferentes escalas, tanto a un nivel global —como sería el caso de las religiones más extendidas— como a nivel mucho más local, con grupos de pocos individuos. A gran escala las dificultades en la comunicación y organización de grandes grupos provocan que el sentimiento de grupo esté en ocasiones más diluido, sobre todo porque es fácil que entre en conflicto con otras afiliaciones. Pero a pequeña escala el tribalismo puede resultar especialmente peligroso, más si cabe cuando existe una competición por los recursos o cualquier otro tipo de conflicto que exija la victoria de un grupo sobre otro. Diferentes experimentos sociológicos, como el de la Cueva de los Ladrones (Robber’s Cave experiment), demuestran con qué facilidad los individuos podemos desarrollar un sentido arbitrario de unidad tribal para con unos semejantes, y de férrea enemistad para con los que quedan fuera del grupo.

Hoy en día vemos ejemplos muy claros del tribalismo más rancio en los deportes (especialmente en el fútbol para el caso de nuestro país) y en la política. En estos sectores, que están sumidos en un constante conflicto donde hay unos claros ganadores y perdedores, se forman grupos cerrados de individuos que se alimentan de dos elementos clave: la obediencia ciega al grupo y la oposición clara frente al enemigo. La pertenencia al grupo se refuerza mediante un sistema de premios y castigos: cuando mayor sea la identificación del individuo con el grupo, más sentirá la victorias de la tribu como propias; cuanto más “tibia” sea su actitud, mayor repulsa por parte de sus compañeros y menor participación en esas victorias.

El fenómeno contrario al tribalismo es el individualismo, la capacidad de razonar por nosotros mismos como individuos y de darnos cuenta de cómo funciona el mundo en vez de seguir ciegamente los impulsos instintivos, de perseguir nuestras propias metas y comprender que los demás tienen las suyas propias, conformando así un tejido social basado en el respeto mutuo y no en la obediencia y el enfrentamiento.

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