Cuestión de pronombres

Recientemente salió a la luz la noticia de que la Real Academia de la Lengua había incluido en el Observatorio de Palabras el pronombre neutro elle, junto a otros términos como ciberataque, bot o mutear. La noticia fue un barril de pólvora en las redes sociales.

El Observatorio de Palabras es un nuevo organismo dentro de la RAE cuya función es ofrecer información sobre palabras y expresiones que no aparecen en el diccionario, pero que generan dudas, como es el caso de neologismos y extranjerismos. La presencia de determinados términos en este observatorio no significa que la RAE acepte su uso ni lo considere correcto.

El mencionado pronombre elle fue retirado del observatorio poco después de su inclusión debido a la confusión creada, ya que en redes sociales (demasiado dadas a ojear los titulares sin comprender el contenido) se transmitió la noticia como que la RAE había aceptado el término dentro del diccionario y como uso correcto del castellano, cuando en realidad tan sólo se le estaba haciendo un seguimiento a un término cuyo uso, según la propia RAE, “no está generalizado ni asentado.”

El observatorio describía elle como “Pronombre de uso no generalizado creado para aludir a quienes puedan no sentirse identificados con ninguno de los dos géneros tradicionalmente existentes”. El problema de los pronombres y el género forma parte de esta tendencia moderna del mal llamado “lenguaje inclusivo” (sería más correcto decir “lenguaje exclusivo”, ya que insiste en excluir a unos grupos de personas del significado de las palabras). En países anglosajones no es ninguna novedad y ya llevan tiempo lidiando con conflictos relacionados con este tema, tal vez porque en inglés el género está más presente en los pronombres personales y posesivos. Por ejemplo, en español decimos mío o mía según el género del objeto de ese posesivo, pero en inglés el género que rige es el del poseedor.

Las personas con identidad de género no binaria (según donde se mire se puede hablar de hasta 64 identidades de género diferentes) tienen todo el derecho a expresarse como prefieran y a solicitar que se haga uso de un pronombre u otro al referirse a ellas, incluso a ofenderse si no se cumple esta petición. Sin embargo, creo que conviene recordar que la diferencia de género en los pronombres, tanto en español como en inglés, aparece sólo en la tercera persona (él o ella, por ejemplo). Piensen ustedes cuándo fue la última vez que hablaron con alguien y se dirigieron a esa persona en tercera persona. Nunca, porque la tercera persona se usa para hablar de otro que no es ni el hablante ni el oyente. Y puesto que la intención del hablante es hacer que el oyente comprenda un mensaje, lo normal será usar el género más adecuado para tal efecto. El uso de un género u otro no debería entenderse nunca como un intento de causar discriminación ni, como ya sucede en Canadá, como un delito de odio. No tiene mucho sentido que yo pueda decidir con qué pronombre deben de hablar de mí otras personas; eso sería imponer unas restricciones draconianas sobre el uso del lenguaje. Sí que puede ser que, en determinados contextos, yo esté presente cuando se usa un pronombre de tercera persona para referirse a mí y en tal caso, si el pronombre me parece incorrecto, siempre puedo pedir amablemente que se corrija. La obsesión por regular y legislar las interacciones sociales y el lenguaje es un camino que sólo conduce a la separación y el odio, cuando la función del lenguaje es precisamente la contraria: el entendimiento y la colaboración.

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