Tres falacias

Todos hemos escuchado falacias en más de una ocasión y seguro que alguna vez hemos sido víctimas de ellas. Las falacias son argumentos erróneos o engañosos que se emplean en la dialéctica para tratar de ganar un debate (si es que tal cosa es posible) o para influir en los oyentes. Una falacia puede pronunciarse de manera deliberada o por simple ignorancia o error al argumentar, pero en cualquier caso son tramposas y nos llevan a conclusiones erróneas. Hoy me gustaría hablarles de tres de las falacias lógicas más utilizadas en los discursos políticos:

Falacia ad hominem: el nombre de este argumento es la locución latina ad hominem, que significa “hacia el hombre”. Esta falacia consiste en rebatir un argumento atacando al hablante en lugar de al argumento en sí. Es decir, cuando el orador no tiene razonamientos para contestar a su rival, entonces se limita a tratar de invalidar la persona del contrario con acusaciones del tipo «usted es machista /fascista /comunista, etc.». Es una forma de decir «Como usted tiene un rasgo detestable, todo lo que salga de su boca queda invalidado por ese rasgo». Esta falacia reduce a las personas a una única característica, una que pueda ser atacada con sencillez, y desprecia la posibilidad de que las personas puedan tener razón en unas cuestiones y equivocarse en otras.

Falacia del hombre de paja: en este caso el objetivo del orador falaz es simplificar el argumento del contrario y convertirlo en algo fácilmente criticable. Esto se hace exagerando, reduciendo, sacando las palabras de contexto o entendiendo lo que se quiere entender para convertir el argumento sólido en un “hombre de paja” que resulte sencillo quemar en la hoguera. Por ejemplo si alguien sugiere que en época de pandemia los colegios deberían cerrarse, se le acusa de estar en contra de la educación de los niños. Al igual que en el caso anterior, el objetivo es reducir cualquier intento de argumentación a algo simplista que los oyentes vayan a despreciar.

Falacia del falso dilema: aquí nos encontramos con que el orador propone los términos del debate en forma de una dicotomía absoluta sin espacio para los matices. «O está usted a favor de todo, absolutamente todo, lo que yo digo, o está usted en contra de cualquier cosa que yo digo». Es el clásico «O estás conmigo, o contra mí». Esta falacia pretende poner los argumentos del falaz en un mismo saco, como única opción viable. Se mezcla lo que de verdad se quiere decir (que, quizás, tendría poco apoyo por parte del público) con otro argumento al cual nadie se negaría, y se exige al rival aceptar ambos , o negar ambos, sin posibilidad de matización.

Existen muchas más falacias lógicas, pero estas tres son de las más comunes y no resulta difícil escucharlas cualquier día en boca de nuestra clase política. Y puesto que esta clase política hace del debate y la dialéctica su modo de vida, no resulta aventurado pensar que, en la mayoría de los casos, no usan las falacias de modo accidental, sino que lo hacen de forma deliberada. Nuestra mejor arma para no caer en la trampa es conocer los trucos y saber leer entre líneas.

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