Reforestar un planeta

Uno de los axiomas del movimiento ecologista o medioambiental moderno es la deforestación masiva de nuestros bosques en todo el mundo. Según indica la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) en su último informe sobre el estado de los bosques, desde 1990 se han perdido 420 millones de hectáreas de bosques (esto equivale a más de ocho veces la superficie de nuestro país), y cada año siguen desapareciendo 4,7 millones de hectáreas de zona boscosa (la superficie de toda la comunidad de Aragón, aproximadamente).

La pérdida de masa forestal es una desgracia que viene acompañada, entre otras, de tres importantes consecuencias. La primera es el empobrecimiento del suelo; sin las grandes raíces de los árboles y sin la constante acumulación de materia orgánica, los suelos se vuelven pobres, poco productivos y con escasa capacidad de retener la humedad. La segunda consecuencia hace referencia a la biodiversidad; los bosques son el hábitat de miles de plantas y animales, algunos especies únicas que no habitan en ningún otro lugar del planeta. Con la destrucción de su entorno, estas especies están avocadas a la extinción si no son capaces de adaptarse a un nuevo hábitat. Y la tercera consecuencia es el efecto sobre el cambio climático, ya que la masa forestal absorbe dióxido de carbono del aire y ayuda a reducir las emisiones masivas producidas por la quema de combustibles fósiles.

Todas estas consecuencias, y muchas más, pueden verse como una sola porque están relacionadas entre sí. La ecología trata precisamente de entender las relaciones entre los seres vivos y el medio en el que viven, y lo primero que se aprende es que estas relaciones son mucho más extensas (y a veces más invisibles) de lo que podemos imaginar. Sin embargo, no todo son malas noticias.

El informe de la FAO también nos revela algunos datos positivos. El ritmo de pérdida de zonas boscosas, esos 4,7 millones de hectáreas al año que mencioné antes, era de 7,8 millones al año en la década de 1990, y sigue reduciéndose año tras año. En cifras menos alarmantes, el área boscosa del planeta se reduce en apenas un 0,1% anual, y esta es una cifra que está decreciendo. Cuando se habla de deforestación, a menudo se omite la reforestación, que es el crecimiento de nuevas zonas boscosas o la repoblación de las dañadas, tanto si es de manera natural como a través de plantaciones (contrario a lo que podemos pensar, la FAO afirma que el 93% de la reforestación es natural).

Según un estudio de la Universidad de Helsinki, la masa forestal en países con una renta per cápita media o alta creció entre un 0,5 y un 1,3 por ciento, permitiendo que algunos países recuperen una extensión de masa boscosa que no habían visto en cien años. No parece coincidencia que los países que más zonas verdes han recuperado sean también los más ricos. Cuando la población de un país lleva una economía de subsistencia, no puede permitirse pensar en los efectos medioambientales de sus hábitos. Sin embargo, cuando las necesidades básicas están cubiertas, la sociedad puede volver la vista hacia otros problemas. Además, el poblamiento de las ciudades en países industrializados permite a los bosques recuperar terreno, al tiempo que los ciudadanos valoran más la existencia de parajes naturales que contrasten con el entorno urbano. Estos datos confirman la hipótesis de Kuznets que, aplicada a la ecología, nos indica que los países, durante su industrialización, provocan un gasto masivo de los recursos naturales pero que, a partir de cierto punto, el aumento de la riqueza contribuye a recuperar esos recursos naturales. No es de extrañar así que las masas forestales estén creciendo en Norteamérica y Europa, que se esté reduciendo su destrucción en los países en crecimiento como China y la India, y que, lamentablemente, estén siendo gravemente mermadas en Sudamérica y, sobre todo, el el África subsahariana.

La conclusión, a mi parecer, es que apostar por el desarrollo económico no sólo mejora las condiciones de vida de los ciudadanos, sino que nos ayuda a todos a mejorar las condiciones del medio ambiente. Porque, en última instancia, nadie quiere vivir en un mundo desolado y sin vegetación.

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