Cultura extranjera


La lengua, como idioma, es un sistema vivo, cambiante, que evoluciona y se transforma constantemente. El español que hablamos hoy en día no es igual al que se hablaba hace doscientos años, y tampoco será el mismo que se hable, si seguimos aquí, dentro de otros dos siglos. Uno de los mecanismos por los que las lenguas llevan a cabo esta evolución es la incorporación de palabras tomadas de otras lenguas, los extranjerismos.

Estas palabras, procedentes principal, pero no únicamente, de los países vecinos o con mayor influencia cultural, comienzan su «invasión» siendo extranjerismos crudos, términos o frases que se emplean tal cual existen en la lengua forastera, bien sea por la ausencia de un equivalente en la propia lengua (como sería el caso del término japonés tsunami o de la locución francesa déjà-vu), o porque el término extranjero resulta más atractivo para los hablantes. Esto último es lo más habitual en los últimos tiempos y lo que suscita mayor controversia. Es la causa de los barbarismos, palabras extranjeras que se emplean pese a la existencia de equivalentes válidos en nuestra lengua, como sería el caso de emplear fashion por "moda", o weekend por "fin de semana". Sin embargo, es algo que lleva sucediendo siglos y los barbarismos tienen la capacidad de convertirse en adalides de la lengua; es el caso de una palabra tan castiza como "jamón", que procede del francés jambon y que desbancó al término castellano "pernil".

Estos extranjerismos crudos pasan, con el tiempo, por un proceso de adaptación que, o bien altera su grafía para adaptarla a la lengua (como ocurre con la palabra "fútbol", del inglés football), o bien altera su pronunciación para respetar la grafía original (como, por ejemplo, la palabra "iceberg", que no pronunciamos tal y como se hace en inglés, aunque sí la escribimos igual). Las palabras quedan así incorporadas a la lengua y pasan a formar parte de ella, tal y como le ocurrió a "jamón", y a ser indistinguibles del resto del vocabulario salvo si se buscan sus orígenes etimológicos.

Mirando al pasado, este proceso resulta lógico y natural. La palabra escrita no estuvo al alcance de todos hasta hace relativamente poco tiempo, por lo que los vocablos viajaban de una lengua a otra por mecanismos orales, dando lugar a dispares interpretaciones gráficas entre las cuales una u otra se impondría tarde o temprano mediante normalizaciones lingüísticas. Hoy en día, sin embargo, la situación es diferente.

El mundo de hoy está más globalizado (económica, social y culturalmente). Mucha gente sabe leer en más de un idioma, y los textos viajan de manera instantánea de una parte a otra del globo. La RAE propone (y aprovecho para recordar que la Academia no dicta normas, sino que las propone de acuerdo al uso que se hace de la lengua) la adaptación de estos extranjerismos a la grafía o pronunciación españolas con el fin de mantener la cohesión en el lenguaje, pero en mi opinión esto supone ignorar una enorme posibilidad de enriquecimiento cultural a nuestra disposición. Escribir palabras como "bungaló" (del inglés bungalow) o "cruasán" (del francés croissant), o subvertir la pronunciación original de palabras como quiche (término francés pronunciado [kish] que, en español, la RAE recomienda pronunciar [kiche]), o gay (palabra anglosajona que se recomienda deformar tanto en su grafía como en su pronunciación para hacer "gai"), me parece que es perder una gran oportunidad para aprender, de manera natural, pequeños detalles sobre otros idiomas.

No quiero decir con este artículo que esté a favor del uso y abuso de barbarismos en nuestra lengua. Olvidarnos de que tenemos palabras válidas por motivos de moda no hace sino empobrecer nuestra lengua y nuestra capacidad de raciocinio. Sin embargo, a la hora de adaptar (y "adoptar") términos extranjeros, me gustaría ver una mayor tolerancia hacia lo que es diferente, hacia las palabras con un origen distinto y una grafía propia. La insistencia en encorsetar extranjerismos en nuestra ortografía me recuerda al rechazo y el miedo a lo foráneo, un problema que en la lengua nos ha otorgado el estereotipo de que a los españoles se nos dan mal los idiomas.

Comentarios