Malentendidos (II)

En mi último artículo les hablé de un par de términos que en ocasiones se confunden y dan lugar a interpretaciones erróneas de la información. Hoy voy a hablarles de otra pareja similar: comparar y equiparar.

El diccionario define comparar como «fijar la atención en dos o más cosas para establecer sus relaciones o estimar sus diferencias o sus semejanzas». Equiparar, por otro lado, puede definirse como «considerar a alguien o algo igual o equivalente a otra persona o cosa». Al igual que ocurría con la pareja del artículo anterior, las definiciones deberían ser suficientes para entender las diferencias entre estos dos verbos (los cuales podemos, de manera redundante, comparar, pero no equiparar). La confusión entre estos términos puede ser accidental en ocasiones, pero me temo que a menudo es deliberada y está presente tanto entre políticos como entre periodistas. En el caso de los primeros es casi comprensible (aunque no aceptable); pueden hacerlo por interés de desacreditar al rival, conscientemente de la falacia que están cometiendo. En el caso de los periodistas, sin embargo, es mucho más grave y preocupante, ya que es responsabilidad de estos profesionales el evitar que este tipo de malentendidos enturbien el mensaje que llega al público y no generar más confusión con el propósito de obtener mejores titulares.

Una de estas situaciones se produjo cuando la periodista y política Irene Lozano estaba siendo entrevistada en la cadena británica Sky News y realizó una comparación entre el referéndum de Cataluña y una violación. El entrevistador, y también después muchos otros medios de comunicación, entendieron que la señora Lozano estaba equiparando ambas situaciones, cuando en realidad sólo las estaba comparando, esto es, estaba fijando la atención en dos situaciones ―muy diferentes― para establecer sus relaciones o estimar sus diferencias o sus semejanzas. Las semejanzas, en este caso, son algo generalistas: la idea de algo que no es ilegal per se, pero que puede convertirse en ilegal cuando se dan unas determinadas circunstancias (en el caso del ejemplo, la idea de votar y el sexo, dos elementos que en ningún momento fueron equiparados).

Esta confusión, deliberada o no, la encontramos de manera repetida en entrevistas y debates cada vez que alguien realiza una comparación llamativa. Y aunque se dice que las comparaciones son odiosas, no hay que olvidar que son sólo un ejercicio de observación para determinar qué tienen en común dos elementos, sin dar nunca por hecho que la semejanza de una de las características de lo comparado signifique la equiparación de todo el resto de características. Comparar a alguien con Hitler, por poner un ejemplo extremo, puede determinar semejanzas como: ambos son personas, ambos tienen el pelo negro o ambos tienen bigote. Esto no significa que el comparado sea igual al dictador alemán en todo lo demás, ahí hablaríamos de equiparación.

Así pues, antes de llevarse las manos a la cabeza cuando alguien haga una comparación o de dejarse llevar por las falacias de quienes intentan simplificar los argumentos del contrario para atacarlos más fácilmente (lo que se conoce como hombre de paja), realicen un ejercicio de observación y comparen. Y si encuentran algo mejor, cómprenlo.

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