La migración de los significados

Uno de los temas más polémicos de finales del 2020, aparte del omnipresente asunto de la pandemia, fue la abrumadora llegada de inmigrantes a las costas canarias. A lo largo del año llegaron más de 18.000 personas, diez veces más que en el año anterior. Esta oleada, que alcanzó las 2.000 personas en un solo fin de semana, desbordó a las autoridades y complicó los procesos de identificación, difíciles ya de por sí cuando mucha gente carece de pasaporte o documentos. Pero no es del problema de la inmigración de lo que quería hablarles hoy, sino del lenguaje que usamos para referirnos a este asunto.

En los últimos años hemos podido ver cómo diferentes medios de comunicación han ido sustituyendo el término inmigrante por el de migrante. ¿A qué se debe este cambio? La diferencia entre ambos términos es sencilla. Migrante hace referencia a la persona o animal que se desplaza de un lugar en el que habita a otro, y engloba tanto al emigrante (aquel que abandona el lugar que habita) como al inmigrante (aquel que llega a un nuevo lugar en el que habitar). El vocablo migrante es, así pues, más genérico, mientras que los otros son más específicos y se usan con referencia al origen o al destino. Si hablamos de migrantes en el África subsahariana es más concreto decir emigrantes, pues están emigrando de allí. Si hablamos de Canarias, o de España, podemos hablar de inmigrantes, porque están llegando aquí.

Una de las razones esgrimidas para este cambio es que el término migrante se emplea porque muchas de estas personas no llegan a España con la intención de instalarse en nuestro país, sino como vía de paso hacia otros destinos. Sin embargo, aparte de que muchas de estas personas buscarán instalarse allá donde puedan, basta tomar el marco de referencia europeo para poder usar con pleno sentido la palabra inmigrantes, por lo que no se hace necesario evitarla.

En mi opinión hay una tendencia deliberada a alejarse del término inmigrante porque se le asocia, de manera tácita, una connotación negativa. Cuando ciertos medios se niegan a usar esta palabra están confirmando que hay algo de peyorativo en ella. Esta actitud refuerza la idea de asociar al inmigrante con algo negativo, y contribuye a que una realidad que existe y que debemos afrontar (la de miles de personas que llegan a nuestras costas en busca de una vida mejor) se manche de ese tinte de repudio. Y son precisamente quienes más se alzan como defensores de estos inmigrantes, como adalides de la apertura de fronteras, quienes evitan usar la palabra inmigrantes, participando así en la continuación de unos estereotipos nocivos que sólo sirven para sustentar sus andamios ideológicos.

Ante esta deriva del lenguaje tenemos dos opciones: contribuir a ello y alimentar su evolución lingüística (dejar de usar el término inmigrante por creer que hay algo negativo en él y que, finalmente, se recoja en el diccionario como término peyorativo), o reivindicar que el término no tiene nada de despectivo y puede usarse con naturalidad para describir una realidad objetiva. Porque llegar a nuestras costas es busca de una vida mejor, en busca de un futuro, puede ser un drama, pero no algo de lo que avergonzarse.

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